El día comenzó así. Estaba soñando con la chica a quien nunca me la tiré, cuando, de pronto, escuché ladridos- más que ladridos, eran aullidos- aullidos que se tornaron “despertador”. Tales ladridos o aullidos eran de mi leal y fiel (en ese orden) amigo y mascota (en ese mismo orden) Milo que- aquellos ladridos- querían decir: Despierta, on, ya son las 7:00 a.m. y tienes que jugar pichanga (que, por cierto, era con apuesta). No hice caso y continué durmiendo. Segundos después, otra vez, estaba en profundo sueño y en esta calidad soñé con la chica con quien nunca agarré. Como era de esperarse, a eso de las 7:30 a.m., una vez más, Milo comenzó a ladrar con las ideas de que era la última vez que no le hacía caso, que no joda, que me levante de una buena vez, que me cambie para jugar la pichanga… y que, por cierto, no olvidase que lo tenía que sacar a pasear dos veces (una antes de desayunar - para que respire aire puro y salude a sus amigos perrunos; y otra después de desayunar - para que baje su comida y pregunte a sus vecinos perrunos qué habían desayunado).
La pichanga fue interesante. Digamos que “improvisamos” ante un equipo que jugaba bien (jugaba bien porque yo no estaba en su equipo). Luego de la pichanga, se procedió por comer cebiche mixto, por no tomar chicha y por comprar otro cebiche, para la casa. Se completó la mañana para dar paso a la tarde cuando digerí el Chilcano y pescado con arroz que estaban en la mesa y los marcianos en demasía que había en la refri. Ya era tarde clásica de verano, de ambiente sepia… encendí la pc- situada en mi cuarto- e, inmediatamente, anduve chateando en el msn y bajando la canción de Silverio Urbina. Acto seguido de conversar, por msn, con Vicente (Vicente era un tipo que reflejaba la mala suerte y que tal razón lo llevaría a ser reconocido, obviamente, en un pueblo que no sería, necesariamente, el suyo)… repito: luego de conversar con Vicente, me dio unas ganas de cagar sobremanera. Como estaba escuchando música de la buena no era recomendable ir al baño (ya que cerraría la puerta y la música, la mejor parte, el mensaje de aquella canción, no se escucharía)… con papel y bolígrafo en mano y sin pensarlo tres veces, fui al “servicio”. Milo, como siempre, acurrucado en mis pies, me siguió hasta la puerta del baño- usualmente lo hacía- y al realizar que ingresaría a este lugar, se quedó quieto, mirándome… debido a que él sabía que no podía entrar ahí (así como yo no lo molestaba cuando él comía, cagaba o dormía). Dejé la puerta semiabierta, eso fue lo único que se me ocurrió; la música de la buena ya estaba en su informativo coro. Estaba en pleno y Milo comenzó, con su “pata” derecha, a empujar la puerta; sentí rayos del sol y Milo que quería entrar pero no… yo también hice esfuerzo y dejé la puerta como estaba (semiabierta). Pasaron segundos; Milo, otra vez, pero ahora con su “ñata”, hizo lo mismo. Me reí pero no podía permitir que siga interrumpiendo mi reflexión así que, con mucho esfuerzo, dejé la puerta semiabierta y sin darme cuenta ya había terminado de escribir algunos párrafos para mi artículo “Milo te visita”. Luego, regresé a la pc- situada en mi cuarto-, volví al Chat y con Milo, acurrucado en mis pies, y cómodos los dos, comenzamos a escribir, mejor dicho, a transcribir. Por cierto, Vicente se había retirado del msn; para mí, se había ido a la mera mierda. Invertí toda mi tarde en escribir, mejor dicho, transcribir.
En la noche de aquel día, me fui de rumba. En aquella farra, me encontré con innumerables amigos, de los cuales, sólo algunos tenían perros. Aquella farra era un tono. Fue divertido, aburrido, a veces normal y otras, anormal. Todo el tono fue cuestión de opiniones. Como en mi barrio, abundan los varones, fue un tono de varones. Más que tono fue una tertulia. Todo fue cuestión de opiniones porque cada uno conocía diferentes temas y por unos momentos nos hallamos en la idea de ser anormales… basándonos en la idea de que la “normalidad” se rige por la mayoría. Eso sí: nos amanecimos tomando, tarareando canciones de “moda” para sentirnos normales por instantes y no perder la cordura… después de todo, tendríamos que fingir ser normales para vivir, comer y dormir tranquilos. Sólo en esos tonos, sin máscara, uno podía llorar y callar. Me fui a casa. Muy borracho, mi madre mandó a Milo a que me ayude, a que me cuide. Milo asumió su labor, con duro esfuerzo. Mi perro me guió en el camino a mi cama.
Era de noche y yo seguía durmiendo. Rato después me vino el perfil del artista (que casi siempre sucedía cuando Milo se quedaba muy dormido y no ladraba para que lo saque a pasear como usualmente lo hacia). Milo, de tanto custodiar mi borrachera, se quedó dormido a mi lado. Siendo un cuasi-artista quise escribir sobre el hecho de que todos somos tímidos, que todos tenemos algo de tímidos: Una chica timorata es una persona tímida pero que no necesariamente es tranquila; entre otras cosas pero que no necesariamente se llega al punto de ser una persona pendeja. Una chica tímida es una persona, redundantemente, tímida pero que es una persona tranquila. Y una persona mojigata es una persona tímida pero que- digamos- no es necesariamente tranquila ni limita al punto que ser una persona pendeja; aunque también signifique una persona que siente apego a lo anticuado moralista. Como siempre, luego de terminar escritos de cuasi-artista dije: Son huevadas. Luego de aquella frase, en un santiamén, Milo comenzó a ladrar y a reprocharme el por qué carajo no lo había despertado, que ya era tarde y que necesitaba, urgente, salir… sus amigos perrunos lo estaban esperando. Le dije- a Milo- que estaba huevón, que era de madrugada, que sus amigos perrunos han de estar durmiendo y todo lo razonable que se le puede decir a un perro amigo que soñó, recordó o presagió algo. Le brindé amor y se durmió.
Un día sin sonreír es un día perdido. Esto nunca me sucede. Milo siempre me hace sonreír. No pierdo mis días ni los malgasto porque Milo, siempre, esta ahí para ayudarme. A veces lo hace con un ladrido que parece de perro maricón; en esos momentos le vitupero que él es- también- un macho y que lo machos de la “Villa” gritamos, no hablamos. Lo bueno en Milo es que entendía mi ironía y me seguía la corriente con más ladridos maricones y guiñándome el ojo; esta última característica en Milo es algo innato en él, desde pequeño, desde que sus pequeños pies temblaron en el suelo de mi fría sala, tímido, “solo” pero no en soledad… le dimos leche, lo tomó raudamente, fue a su humilde cama y ya ahí lo acaricié, me miró, yo ya lo estaba mirando, me miró y me guiñó el ojo. Descubrí que había conseguido un amigo de los buenos.
Lo que no dormí en las horas que me sentí cuasi-artista, lo hice en las horas siguientes, en la mañana. Sólo despertaría cuando la comida esté lista. La comida estuvo lista y, siendo la 1 de la tarde, sucedió algo ameno… Mingo, repartidor de cartas, tocó el timbre de mi casa y conversamos, como solemso hacerlo. Mingo se había emborrachado de amor (y también de cerveza) un día entero: el día del padre. Mingo era crudo, muy crudo para decir las cosas pero… me caía bien, súper bien porque a él le gustaba Milo. ¿A quién no le gusta Milo?...
Por remembrar la situación del párrafo anterior, ordenar mis ideas y ver mi diccionario de sinónimos y antónimos para no repetir las mismas palabras (para que no te aburras) y caricias de mi perro, acurrucado en mis pies… se me fue la tarde, la tarde entera.
Por la noche seguí durmiendo. Amaneció. Mi “despertador”, como de costumbre, fue Milo. Esta vez con amartelamientos linguales causando una sensación de alegría e idea de que no estás solo en la calle de los problemas vitales.